23 feb 2008

GUANE HACIA 1850


GUANE HACIA 1850



(Fragmento de “Peregrinación de Alpha, de Manuel Ancízar*)



Para llegar al pueblo de Guane, saliendo de la cabecera del cantón, hay que bajar al valle inferior por un camino en extremo pendiente y rodeado de barrancos profundos. Parece que los primitivos constructores de caminos en el Socorro, imbuidos en el axioma de que la línea recta es la más corta de un punto a otro, se propusieron realizarlo sobre el terreno, sin hacer caso de las serranías que atravesaban, y en consecuencia se descolgaron por precipicios y treparon derechamente por encima de altos picachos, trazando caminos tan ásperos a veces que en realidad la línea recta es en ellos más larga que cualquier curva desarrollada, de fácil tránsito y andadera en menor tiempo. La bajada de Barichara a Guane es uno de esos caminos rectilíneos capaces de desensillar las bestias por la cabeza, y de ningún modo adecuados al tráfico activo que el aumento de población e industria van estableciendo en la provincia. Es Guane un pueblo antiguo de indígenas que el transcurso del tiempo y el haberse avecindado en él algunas familias blancas lo han mejorado mucho. Tiene 1.000 vecinos, buena iglesia y escuela de primeras letras, a la que asisten, a pesar de los padres, 20 niños, y no hay que extrañar esta oposición, pues lo cierto es que el método de enseñanza observado en las escuelas es tan dispendioso de tiempo, que un muchacho gasta sus mejores años en aprender a gritar, no a leer, y adquiere algunos vicios adicionales, en lo cual tienen razón de no convenir los padres, particularmente los agricultores, que tanto necesitan del auxilio de sus hijos. Los pocos indios puros que aun hay en Guane son de regular estatura, cuadrados de espaldas y muy fornidos de piernas, efecto de su continuo subir y bajar cerros cargando pesadas maletas; la fisonomía maliciosa y los rodeos que emplean para responder cualquier pregunta indican la desconfianza con que miran a los blancos, escarmentados como están de salir siempre mal en sus tratos y relaciones. Visten ancho calzón de lienzo, camisa de lo mismo, cubierta con la indispensable ruanita de lana; ellos y sus mujeres, que conservan el chircate** nacional en vez de enaguas, gastan sombreros de paja grandes y gruesos a prueba de agua y aun de tiempo. Durante la semana están metidos en los ranchos de sus estancias de labor, y los domingos y días festivos los pasan en el pueblo andando por las calles al son de tiples, tamboriles y una especie de gaitas que llaman clarines, desquitándose de las tareas y dieta de la semana con interminables tragos de chicha, de donde les resulta una confusión de ideas tal, que si las mujeres, más prudentes y sobrias que ellos, no los llevaran a sus casas, ni acertarían con el camino, ni dejarían de quedarse regados por los campos, disfrutando del rocío de la noche. Toda la instrucción que reciben se reduce a un cúmulo de nociones supersticiosas, que con el nombre de religión cristiana les inculcan; de ahí para adelante no hay que buscar nada: su alma se encuentra sumergida en las tinieblas, su existencia puramente material los entorpece y degrada. Nada se ha hecho ni se hace para sacarlos de esta miseria moral y levantarlos a la altura del hombre civilizado, el cual se contenta con cruzar los brazos y decir sentenciosamente desde lo alto de su cabeza: “esta raza es incapaz de civilización y de progreso”; y, en consecuencia, menosprecian al indio y se prevalen de su ignorancia y sus vicios para quitarle con inicuos contratos la triste porción de tierra de sus padres que los conquistadores le permitían poseer bajo el nombre de Resguardo.







* ANCÍZAR, Manuel. Peregrinación de Alpha. Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1984. pp.155-156.

** pedazo de tela, como un chal, con el que se envuelve de la cintura para abajo y que se amarra con el maure, especie de cinturón.

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