9 nov 2008

CASA DE LA CULTURA «PIEDRA DEL SOL»

Presentación del video "El enigma rupestre de los Guanes" (UNAB-CCPS)




Explicación del coordinador del museo (Octavio Toloza)




Interior del museo




Petroglifos de la "Piedra del Sol"



VISITA AL MUSEO ANTROPOLÓGICO REGIONAL GUANE
CASA DE LA CULTURA "PIEDRA DEL SOL"
JUEVES 6 DE NOVIEMBRE DE 2008

26 oct 2008

PRELIMINAR HISTORIA DE LA ETNIA GUANE

Por: Armando Martínez Garnica

Doctor en Historia. Docente de la Universidad Industrial de Santander

A los cronistas españoles que se avecindaron en las ciudades de Tunja y Santafé durante el primer siglo del transtierro hispano a las tierras neogranadinas debemos las primeras noticias sobre la fisonomía y la .configuración social de la etnia Guane. Es bien conocido el verso del beneficiado de Tunja, don Juan de Castellanos, según el cual los Guanes:

"tienen disposición y gallardía,/

y es gente blanca, limpia, curiosa,/

los rostros aguileños, y facciones/

de linda y agraciada compostura;/

y las que sirven a los españoles/

es de maravillar cuan brevemente/

toman el idioma castellano,/

tan bien articulado los vocablos/

como si les viniera por herencia".

Parafraseando de variados modos a esos cronistas españoles, los historiadores han repetido las escasas noticias disponibles sobre uno de los grupos étnicos más singulares de cuantos habitaban en el actual territorio de Santander en el momento en que se produjo la llegada de los soldados españoles.

Siglos más tarde, a partir de la década de 1940, cuando los hermanos Bárcenas descubrieron accidentalmente la cueva de Indios en la Mesa de los Santos, un grupo de investigadores, arqueólogos e historiadores comenzaron a abrir el archivo de la tierra para rescatar vestigios que dieran fe de la existencia de la etnia Guane. Fue entonces cuando el profesor Justus Wolfram Schottelius (1892-1941), Conservador de Arqueología del Museo Nacional, realizó la primera prospección científica en el cementerio indígena de los Santos y elaboró un valioso informe que se constituyó en la pieza clave para los futuros estudios llevados a cabo por los historiadores: Martín Carvajal Bautista, Mario Acevedo Díaz, Horacio Rodríguez Plata, Gabriel Giraldo Jaramillo, Miguel Such Martín e Isaías Ardila Díaz. Treinta años después (1970-1972), el equipo de arqueólogos dirigido por Donald Sutherland realizó exploraciones en una amplia zona del área Guane vecina de San Gil. Las prospecciones se ampliaron con los trabajos llevados a cabo por los arqueólogos Gilberto Cadavid, Jorge Morales, Alvaro Chaves Mendoza, Arturo Vargas y Roberto Lleras. Finalmente en 1988 el hallazgo de la Cueva de El Conde notificado por Humberto Castellanos a la Academia de Historia de Santander, permitió rescatar 95 fragmentos de material textil, los 'cuales fueron analizados por la antropóloga Marianne Cárdale de Schrimpff y la restauradora Emilia Cortés.

El esfuerzo mancomunado de muchas personas no ha sido en vano, pues el acopio de las nuevas fuentes arqueológicas está propiciando la escritura de una historia más científica de la etnia Guane. Hasta ahora, los residuos humanos y culturales de los Guanes han sido extraídos de la Mesa de los Santos (Los Indios, El Conde, El Duende, La Loma), de sitios diseminados de inhumación de cadáveres (Curití, Barichara, Guapotá, Oiba, Charalá, Encino) y de asentamientos identificados (Los Teres, Garbanzal, San Rafael y Ventorrillo en la Mesa de los Santos, y Palo Gordo en Villanueva). En donde se han encontrado, en primer lugar, cráneos y huesos humanos, cuyo examen arqueobiológico (José V. Rodríguez, 1991) ha permitido identificar la rara fisonomía de los Guanes. También gran cantidad de residuos cerámicos, cuya tipología ha sido reducida por los arqueólogos (Lleras y Vargas, 1990) a seis clases agrupadas en dos estadios del desarrollo social.

Por otra parte, se han rescatado 214 fragmentos de tejido de algodón, fique y cabello humano, entre los cuales sobresalen mantas tejidas o pintadas, gorros, mochilas, fajas y fardos. Dos muestras de tejido procedentes de la Cueva El Conde (Mesa de los Santos), sometidas al análisis de la prueba de carbono radiactivo (C14) arrojan como fecha de factura los años 1090 y 1450 d.C.

También se han registrado gran cantidad de dibujos rupestres, cuya explicación sigue siendo un enigma por resolver. En muchos sitios se han localizado abundantes artefactos de piedra para el trabajo doméstico y objetos de la artesanía doméstica. Por último la distribución de las huellas de viviendas indican que la pauta del asentamiento de los Guanes era la de viviendas dispersas en áreas muy extensas. En los fogones domésticos se han localizado las huellas de sus fuentes básicas de proteína animal: venado de cola blanca, armadillo, ratón, aves, iguánidos, cangrejos y caracoles. A ellas debe agregarse la ingestión de hormigas culonas que registraron los cronistas.

El Aspecto Físico

El aspecto físico de los Guanes era singular si se le compara con todos sus vecinos, pero especialmente con quienes hasta ahora se consideraban bastante afines: los Muiscas del sur de su territorio. La rareza del Guane es su caja craneal demasiado baja, su rostro poco ancho y perfilado, dada la nariz aguileña y angosta, así como unos pómulos menos sobresalientes si se comparan con los de los demás grupos vecinos. Los arqueobiólogos designan este conjunto de rasgos con la palabra caucasoide, ligada a la cual está una piel con baja pigmentación ("blanca") y una estatura más grácil y elevada. Como defecto, la dentadura típica del guane presenta mayor índice de caries que la de un muisca. Por estas características morfológicas de la cara y su nariz, el grupo caucasoide llamado Guane es único en el territorio colombiano de los tiempos prehispánicos. La hipótesis biológica que se ha empleado para interpretar a esta peculiaridad de los rasgos "guanoides" se funda en la idea de una deriva genética que habría sido propiciada por una población relativamente poco densa en un territorio naturalmente aislado, la cual habría hecho saltar y fijar en este grupo los genes caucasoides que lo definen.

La Lengua

El tema de la lengua de los Guanes, cuya sobrevivencia está apenas constituida por decenas de toponímicos y apellidos, sigue siendo un enigma. La propia palabra guane que nombra a este peculiar grupo étnico seguramente no pertenecía a su lengua. Los guías muiscas que guiaron a las huestes de Martín Galeano probablemente introdujeron la costumbre de consultar el vocabulario chibcha para asignar los contenidos semánticos a las palabras guanes.

Desafortunadamente, fray Alonso Ortiz Galeano O.P. se llevó a la tumba el saber lingüístico que su nodriza guane, le había enseñado cuando lo crió en el Río del Oro. Así pues, a menos que sea encontrado algún vocabulario o gramática de esta lengua cualquier interpretación es solamente un acertijo.

El Territorio

Los límites del territorio ocupado por los Guanes cuando fueron encontrados por los españoles, pueden fijarse: por el sur, con el curso del río Oibita, prolongando imaginariamente sus extremos hacia la quebrada Macaligua; al occidente y al oriente, por el curso alto del río Pienta, justo allí donde recibe los caudales del río Guacha y la quebrada que viene de La Rusia. Al norte podría fijarse con facilidad en las Mesas de los Santos y Ruitoque, pasando el río Sube (Chicamocha en la lengua de sus vecinos), e incluso hasta el curso medio del río del Oro. Al occidente los límites estarían en las cotas altas dé la cuenca del río Suárez, mientras que al oriente se pueden elegir las cotas bajas de los ríos Pienta-Fonce, Mogoticos y el Sube en sentido estricto, ya que las cabuyas del Chicamocha eran patrimonio de Chitareros y Muiscas.

El Poblamiento

Para el tamaño de la etnia Guane al momento de su conquista sólo se dispone de la información de Juan de Castellanos, controvertida por los datos de su rápida desaparición por mestización, enfermedades, violencia, la ausencia de grandes aldeas, el reducido tamaño de los cementerios hallados y la alta tasa de mortalidad infantil. Resulta así difícil creer en unos 180.000 habitantes, en la llamada Provincia de Guane, que resultaría del cálculo mínimo del contenido humano de las "treinta mil casas pobladas, a dos y tres vecinos cada una y en ellas sus mujeres y sus familias", que describió el cronista. Los hallazgos arqueológicos parecen desmentir la idea de que esta Provincia hubiese sido un "manantial de naturales".

Conformación Social

Se puede constatar la diferenciación social que existía al interior de la etnia. Cada comunidad estaba encabezada por un "cacique" y varios "capitanes", cuyos nombres han sobrevivido como toponímicos de veredas y aún municipios. En ellos recaía la función de organización del trabajo social y distribución de sus frutos, así como de la defensa del territorio y sus recursos. El sentimiento de adhesión de todos los indios a estas comunidades jerarquizadas era tan fuerte que logro sobrevivir a las movilizaciones de larga distancia, impuestas por la generación de la renta de encomenderos españoles y a las fugas hacia el nuevo grupo emergente de los mestizos: en las congregaciones de pueblos que fueron realizadas cuatro generaciones después de la conquista, pudo reconstruirse en forma de "parcialidades" ese sistema de cohesión social. La producción de la renta de las encomiendas en la Provincia de Guane, entregada en forma de servicio personal a las empresas de los colonos españoles o en forma de abastos a la minería, no habría sido posible sin esta diferenciación social.

Etapas de Desarrollo Cultural

La historia de la vida cotidiana de los Guanes no debe olvidar la hipótesis de los dos estadios del desarrollo cultural: en el primero (siglos Vlll a XIl) habían predominado los elementos afines a los grupos del oriente (Orinoquia, Andes venezolanos, Cuenca de Maracaibo), de donde posiblemente llegaron antes de instalarse en el territorio descrito. Su utillaje era entonces reducido, sus enterramientos en fosas sencillas, sus adornos los clásicos collares de cuentas de caracol y concha, y acaecían las deformaciones craneales intencionales. En el segundo (siglos XIII-XVI) se habrían impuesto los elementos afines a la etnia muisca del sur, con quienes intercambiaban intensamente producciones, y con los grupos del Magdalena Medio. El utillaje era entonces más amplio, la cantidad de objetos de alfarería mayor, en desmedro de su calidad; los enterramientos de pozo y cámara lateral, y mayor la producción y artesanía del algodón.

Pero, pese a las diferencias en los énfasis de los dos estadios del desarrollo social, la vida cotidiana estaba signada por el trabajo. Los hombres y mujeres Guanes labraban la tierra e incluso la regaban con acequias, produciendo maíz, fríjol, yuca, ají, arracacha, coca, algodón y fique. Con la misma tierra producían la cerámica requerida para sus necesidades domésticas, gracias a sus conocimientos del horneado de la arcilla modelada.

Cada producto de la agricultura era reelaborado en las casas para producir vestidos de blanco algodón (mantas, fajas, gorros, mochilas) tejidos en tonos ocres y rojizos, o dibujados con pinceles o rodillos de piedra. El fique era trenzado para producir cabuyas que incluso les permitían cruzar con menos peligro los ríos y quebradas. La hoja de coca era procesada y combinada con el carbonato de calcio, extraído por trituración de conchas y caracoles, para el consumo cotidiano; al igual que del maíz, fríjol, ají y yucas se derivaban las preparaciones alimenticias.

Lucían al cuello collares de cuentas de caracol, huesos y amonitas fósiles, quizás recogidas en los sitios donde aflora el lecho del mar cretácico y en la cabeza gorros o penachos de plumas. Empleaban lanzas y propulsores de chonta, así como hondas para la caza de las pequeñas especies que les proveían algo de proteína: venados, armadillos, aves, iguánidos, murciélagos, cangrejos y caracoles. Soplaban caracoles, flautas de carrizo o hueso, ocarinas de barro y zampoñas para emitir diversos sonidos con sus particulares sentidos.

Finalmente, inhumaban a sus muertos en los espacios domésticos, muchas veces en excavaciones de pozo y cámara lateral. Se trataba entonces de una configuración social que, como la nuestra, intentaba resolver todos los problemas de la reproducción de la vida mediante el trabajo y la interdependencia de los individuos.

Tomado de: Memoria del Pueblo Guane. Cartilla Inventario Patrimonial. Bucaramanga: Fondo mixto para la promoción de la cultura y las artes de Santander, 1995.

ARTEFACTOS GUANE EN LA CASA DE LA CULTURA «PIEDRA DEL SOL»


Flauta de hueso

Vaso antropomorfo

Copa de boca ancha

Vasija doble

Collar de conchas

TEJIDOS GUANE EN EL MUSEO «CASA DE BOLÍVAR» DE BUCARAMANGA












EL MUNICIPIO DE GUANE



GUANE Y SU HISTORIA INDÍGENA

Por: Katherine Moreno S. Véanse sus fotografías en:

http://www.colombia.com/turismo/sitio/barichara_guane/index.asp

Guane es un pequeño corregimiento cuya patrona es Santa Lucía, la reina de los ciegos y en honor a ella se construyó en el año de 1600 la iglesia que lleva el mismo nombre. Ubicado diagonal al templo se encuentra el "Museo paleontológico, arqueológico y antropológico", fundado en 1970 por Isaías Ardila Díaz. La encargada de cuidarlo y de hacer la visita guiada, es una señora delgada con el ceño fruncido y algo malgeniada.

Una voz recia sale de su pequeña boca y empieza la historia: "En la primera sala encontramos cerámicas de la cultura Tairona, flechas de los motilones del Norte de Santander y el escudo con su significado: la punta de plata representa las tierras de Guane, el chevrón en rojo la sangre del indígena que bañó al pueblo en la conquista y la cruz, la iglesia que defendió al indio".

Toma un poco de aire y continúa sin emocionarse con el tema pero demostrando un profundo conocimiento, la encargada de custodiar el museo continúa: "La sección de paleontología nos habla del estudio de los fósiles, animales marinos que se petrificaron. Esta región fue mar hace unos 120 millones de años, por eso se han encontrado fósiles. La parte positiva del caracol se llama Amonita porque está en alto relieve y en pose de espiral. La huella es la parte negativa del caracol. También hay madera fosilizada, proceso que ocurre cuando está dentro del agua sin oxígeno y se vuelve piedra. Peces completos, serpientes, semillas de fruta, restos de mastodonte de más de un millón de años".

Este lugar sólo cuenta con dos salas pero en él se encuentran guardados varios tesoros de la cultura Guane, de la que se pueden aprender datos sobre sus indígenas. Por ejemplo queda claro que ellos cultivaban tabaco y coca, se dedicaban a la caza y a la pesca, tejían finas mantas y cerámicas que las cambiaban a los chibchas por oro, sal y otros productos.

Todo esto se descubre en la parte arqueológica del museo. "De los indígenas Guane conocemos sus adornos, una nariguera mezcla de cobre y de oro; y un pectoral que lo llevaba la mujer en el pecho, además, tenemos unas agujas de madera que utilizaban para tejer mantas. Eran de los mejores tejedores de la región. Los Guane no conocían el hierro ni el alfabeto, y ya no existen indígenas de esta etnia, sólo quedan algunos apellidos como Arquichire, Guaracao, Sinú, Guaitero, entre otros. Además, quedan nombres de sitios, rasgos y costumbres", agrega la guía que con recelo guarda los tesoros del lugar.

La institución también tiene algunos de los elementos que utilizaban los españoles que colonizaron la región. Por ejemplo, cuenta con una antigua vitrola, con uno de los primeros trapiches que existieron para exprimir la caña y una prensa de tabaco. "Es un tornillo sin fin que aún se usa para prensar el tabaco. También hay costales de fique, una tubería de barro del primer acueducto de Guane y objetos de arte religioso como una puerta del sagrario del siglo XVII forrada en hojilla de oro, el Santo Sepulcro del Viernes Santo de 1658, hecho en madera y forrado en hojilla de oro", dice finalmente y escolta a los usuarios hasta la puerta de salida después del último vistazo.

Barichara y Guane están unidos por un hermoso Camino Real que fue declarado Monumento Nacional (mediante resolución 020 de 1977 y bajo el decreto 0790 de 1988). Los historiadores aseguran que éste hizo parte del Camino Real del Centro-Oriente colombiano, que integró la ruta de Santafé de Bogotá, Tunja, Bucaramanga, Pamplona y Cúcuta, con ramales que conducían hacia Cartagena y Venezuela; un Camino que se extendía entonces por los departamentos de Cundinamarca, Boyacá y Norte de Santander. En la actualidad muchas personas realizan el recorrido como una ruta ecoturística. Otros, prefieren verlo desde los miradores de Barichara.

Historia, paisajes encantadores, gente amable teñida con el mismo color de su rojiza tierra y con manos de talladores; escenarios cercanos donde hay cultura, recreación y mucha diversión, todo esto sumado a una deliciosa comida "que alimenta", como dicen las señoras que cuidadosamente continúan realizando las delicias de esta tierra como la pepitoria, el mute o su famosa arepa santandereana que no sólo se prepara con maíz sino que además tiene chicharrón y yuca; son las características que hacen de Barichara y Guane dos lugares de los que es inevitable no dejarse atrapar.


EL OLVIDO DE LOS GUANES

Por: ELIZABETH REYES LE PALISCOT

Once de la mañana. En una esquina del parque principal de Barichara, un grupo de mujeres espera hace tres horas que llegue el camión que las llevará hasta Butaregua, una vereda de tierras áridas vigiladas por altas cinglas, esas montañas como rajadas con un cuchillo mal afilado y llenas de despeñaderos.
Lo que demorarían caminando casi cuatro horas, estas mujeres lo recorrerán en 40 minutos y pagarán 2.500 pesos, agarradas como puedan de las barandas del único transporte que existe hasta el lugar y tratando de no tragarse el polvo que se pega al aire que respiran.
El sol implacable les ha tostado un poco más su piel trigueña y las arrincona en esa esquina mientras esperan.
Luz Herminia Ortiz está en su último mes de embarazo y viajó hasta Barichara para hacerse un control prenatal. Y aunque ha caminado la vía que separa el pueblo de los ‘patiamarillos’ de Butaregua, prefiere esperar que el camión la acerque hasta su rancho.
En Butaregua, son pocas las casas levantadas en ladrillo. Por eso, esta mujer de 33 años habla de “los ranchos”, construidos, en su mayoría, con la técnica ancestral del tabique o bahareque, cuyas paredes están hechas de barro y piedra mezclada.
—“Pero, antes, mucho antes, no tenían el techo de metal sino que eran de paja”, dice.
Ya de camino, Luz Herminda tiene un puesto privilegiado. Nadie quiere que su bebita se adelante. Y aunque en Butaregua son muchos los niños que han venido al mundo con la ayuda de Griselda Ortiz, que heredó el oficio de partera de su abuela y luego hizo un curso de primeros auxilios y hoy es promotora de salud, Luz Herminda explica que esa práctica ya no la permiten las entidades de salud, así las mujeres de Butaregua, por tradición, lo quisieran.
La razón es que ninguno de los 202 niños que han nacido en las manos de Griselda desde que tenía 15 años, ha muerto.
Dispersos pero emparentados
El recorrido desde Barichara tiene decenas de desvíos y una cerca de piedra es la guía para llegar a Butaregua.
Y aunque la zona parece hosca –según las cuentas de estas mujeres hace más de 60 días que no llueve-, llegando a la vereda el cedro abunda y sin proponérselo, sus habitantes han conservado el bosque y una gran ceiba abullonada, quizá más grande y vieja que la del parque central de Barichara, da la bienvenida a una comunidad que se encuentra dispersa.
Llegar a Butaregua es como ir de una finca a otra. Está la escuela vieja y más lejos, la nueva, que se construye con apoyo de japoneses al mejor estilo de las construcciones que caracterizan la turística Barichara. También está en construcción una capilla. Está la cancha. El puesto de salud. Y los ranchos. Algunos se levantan entre piedras que llevan impresa las huellas de lo que antes fue una zona cubierta de agua.
— Dicen que en Butaregua vivieron los últimos indígenas guanes…
Luz Herminda se queda callada.
— “Eso dicen…”, es lo único que responde luego de pensarlo. “Pero yo no sé nada, lo que sí se es que se ha conservado la tradición de casarnos entre primos, por eso, aquí en Butaregua la mayoría somos de apellido Ortiz o Afanador”.
Don Ramiro Afanador Ortiz es uno de los hombres que más años tiene en Butaregua y con “mejor memoria”, dice Luz Herminda, “pregúntele…”.
Su pedazo de tierra tiene tres construcciones en bahareque y un caney que desde hace años utiliza para hilar el fique con el que su familia fabrica costales.
Hasta donde sabe don Ramiro, un hombre con cejas abundantes y largas, que camina despacio para no agitarse, su abuelo, Julián Afanador, tuvo a Luis Felipe Afanador que se casó con Ana Dolores Ortiz, sus padres. “Y luego todo siguió entre familiares…”.
“Es que de aquí nadie salía a conseguir mujer y mucho menos venían de otros lados a conseguirla, entonces tocó así”, afirma.
Don Ramiro, que nació en Butaregua, puede contar con los dedos de las manos las veces que ha salido de la región en sus 72 años de vida, y menos desde que su corazón no lo deja casi caminar. Pero esta situación se repite con muchos de los habitantes de la vereda. Son pocos los que van a Barichara, se desplazan más a Villanueva, donde mercan cada domingo y venden sus costales.
“En Barichara es más caro todo”, dice una de sus hijas, que mueve rápidamente sus pies en la máquina para hilar.
A Guane, que les queda aún más cerca, casi nunca van.
Puros recuerdos
Se sabe que a partir del siglo XVI, cuando los primeros conquistadores llegaron a territorio santandereano, los Guanes fueron dados en encomienda.
“Nosotros ya estamos muy retirados de los indios. Imagínese, hace 478 años que ellos pasaron por aquí”, dice don Ramiro, con plena convicción de sus conocimientos. El dato se lo dio un historiador que visitó Butaregua. Y lo repite.
De lo que sí fue testigo este hombre y que confirma que heredaron hasta las injusticias cometidas contra los indígenas, es que las tierras que ahora les pertenecen a los raizales, eran de familias asentadas en San Gil.
“Nos tenían como esclavos. Les dábamos ‘a terceras’ de la cosecha, poniendo además las semillas (esta forma de pago se remonta a la época feudal).
Por eso, entre 50 familias finalmente compraron las tierras que corresponden a Butaregua por 1 millón 800 mil pesos, hace más de 60 años, cuando llegó el Incora a la región.
Pero además del duro trabajo y las mínimas ganancias, hace más de cuatro décadas en Butaregua aún se conservaba la costumbre indígena de dormir en el suelo bajo las típicas construcciones de paja.
“No se conocían las cujas (camas). Yo dormí en casa empajada y lo de las camas empezó porque un carpintero del Incora nos enseñó a construirlas aprovechando el cedro que teníamos”.
De las viejas épocas vienen también las totumas y los calabazos (recipientes para beber) y la costumbre de cocinar en “pura olla de barro”.
El bocachico, que pescan en el río Suárez, a 40 minutos a pie desde la vereda, aún lo conservan como lo aprendieron de los abuelos: “lo salamos y colgamos como las hojas del tabaco”, explica.
“Ñor viejo”
Tenía los dientes gruesos, la piel chocolate, los ojos amarillos, pardos, como los de un gato y era alto. Así describe Griselda Ortiz a “Ñor viejo”, su abuelo. “Él sí que parecía un indígena. Lo que pasa es que aquí a la gente no le gusta mucho que la relacionen con los Guanes, es como si esto los hiciera sentir menos, pero no lo podemos negar…”, dice.
— ¿Y sabe qué significa Butaregua?
— No…
Pero su hija dice entre murmullos: “Agua que cae de lo alto”.
— ¿Y hay otra palabra que conserven?
— No…
La mamá de Griselda, Tránsito Rojas, que cumplirá este mes 82 años, hila al lado de su hija mayor, Edelmira, y las dos llevan el ritmo con los pies. Dice que el trabajo con el fique es realmente reciente y que fue un oficio que “trajeron de otro lado”.
— ¿Durmió en el piso?
— Claro (risas).
— ¿Y su abuelo tenía rasgos indígenas?
— Eso dicen.
— ¿Hay algo que usted conserve de las viejas tradiciones?
Doña Tránsito piensa y muestra una piedra hueca en forma de vasija (metate)
“Ahí molemos el maíz para preparar la chicha, siempre ha sido así. Todas las mujeres lo hemos hecho así. Ahí se soba para al otro día echarlo a coser. Luego se cuela cuando está quebrantado…”, dice y queda en silencio.
Su hija Edelmira alza los hombros. No recuerda otra cosa que tenga que ver con los Guanes.

Tomado de: Vanguardia Liberal.

25 oct 2008

MUSEO GUANE EN LA UNIVERSIDAD DE SANTANDER - «UDES»












La Universidad de Santander UDES tiene en exhibición permanente una muestra de cerámica y collares de la cultura Guane (acceso libre) .




27 feb 2008

EL ARTE DEL TEJIDO EN EL PAÍS DE GUANE











EL ARTE DEL TEJIDO EN EL PAÍS DE GUANE

(FRAGMENTO)

Por: Marianne Cárdale de Schrimpff

Véase el documento completo en:

http://www.lablaa.org/blaavirtual/folclor/guane/indice.htm

INTRODUCCIÓN

Una de las mayores preocupaciones de los historiógrafos y los antropólogos contemporáneos es el escaso material con que se cuenta para ahondar en el estudio de las culturas precolombinas, especialmente en los terrenos donde habitaron los muiscas y los guanes.

Estas sociedades no impulsaron construcciones o monumentos permanentes que hicieran posible un mayor conocimiento de sus costumbres y una información sobre su recorrido histórico. Diferente ocurrió con los aztecas, los mayas y los quechuas, pueblos que ofrecen al investigador una amplia gama de evidencias que les ha permitido reconstruir un buen trecho de su pasado y de realizar estudios socio-económicos de gran trascendencia cultural.

Es así como contamos solamente con los objetos de oro que dejaron los españoles, algunos textiles y cerámicas.

Con los guanes es más dramática la ausencia. Y por eso, gran parte de su cultura permanece en el misterio. Además de ágrafos, no hubo un cronista que describiera su cultura y que, como Cieza de León en el Perú, se preocupara por escudriñar el pasado de esa raza de tez más clara que los otros nativos y de mujeres dotadas de singular belleza.

En Santander algunos historiadores se han preocupado, con grandes dificultades, por estudiar el pasado Guane. Personas de interés cultural han dedicado varios años a buscar datos en fuentes primarias y así poder armar con más aproximación el hasta ahora desconocido mundo Guane.

Martín Carvajal Peralta, Mario Acevedo Díaz y el presbítero Isaías Ardila Díaz, realizaron una fecunda labor y gran parte de lo que hoy existe en materia precolombina en Santander fue conformado por ellos.

Ahora, en 1989, por la indicación feliz de Humberto Castellanos, vecino del municipio de Los Santos, la Academia de Historia de Santander recogió unas muestras de telas encontradas en cuevas en la vereda denominada La Purnia.

Por intermedio de la comisión del V Centenario y el Área Cultural del Banco de la República se contrató a la experta en textiles Emilia Cortés, quien procedió a arreglar las telas técnicamente con el objeto de poder estudiarlas de forma científica. Son 71 piezas bellamente elaboradas, tejidas varios siglos antes de la llegada de los españoles.

EL TEJIDO GUANE

Muiscas y guanes tenían la costumbre de momificar o disecar algunos de sus muertos para depositarlos en cuevas secas, envueltos en mantas . Aquí, abrigadas de los elementos y escondidas de la codicia del hombre, muchas se han conservado durante siglos —y, a veces, casi un milenio— permitiéndonos el privilegio de contemplarlas.

Esas cuevas se localizan generalmente en peñas escarpadas, de forma que en ocasiones se necesitan lazos o andamios para llegar a ellas. Además, habitualmente la entrada era cuidadosamente tapada y resulta muy difícil de descubrir. Por si fuera poco, quien entre en estas cuevas corre el riesgo de contraer histoplasmosis, enfermedad mortal que ataca los pulmones y que es causada por un hongo presente en los excrementos de los murciélagos que habitan algunos de estos lugares.

Los primeros hallazgos de cuevas mortuorias se remontan a los inicios de la colonia. Entonces las cuevas se consideraban como "santuarios", lugares sagrados de un sistema de creencias no católico, hecho que los asociaba automáticamente con el "demonio", por lo cual sacerdotes y religiosos de la época se sentían en el claro deber de destruirlas. Sin embargo, las descripciones coloniales nos permiten apreciar el aspecto que tuvieron originalmente algunas de estas cuevas principales.

En 1602, por ejemplo, según la reseña de Vicente Restrepo, Fray Pedro Mártir de Cárdenas descubrió "una cueva donde los indios de Suesca colocaban los cuerpos de los que morían. Quitada la losa que la cerraba, se hallaron más de 150 momias sentadas en rueda y en medio, el cacique, con sartas de cuentas en los brazos y cuello y, en la cabeza, una toca a modo de turbante. Junto a él había muchas telas pequeñas de algodón".

La mayoría de los textiles que hoy forman las colecciones de los museos se descubrieron durante el presente siglo, pero casi todos en cuevas que ya habían sido revueltas por buscadores de tesoros, por lo cual nuestra información sobre los hallazgos es generalmente deficiente. Afortunadamente tenemos para el territorio Guane las descripciones de personas como Justus W. Schottelius quien visitó uno de los sitios más grandes e importantes de la Mesa de los Santos, (la cueva de los Indios, descubierta en 1939), y de Martín Carvajal y Mario Acevedo Díaz, quienes en aquella época exploraron numerosas cuevas en esta misma meseta, algunas de ellas intactas. Aunque en la cueva de los Indios se encontraron algunas momias en posición extendida, las descubiertas por Mario Acevedo estaban siempre en posición flexionada y envueltas, generalmente, en dos mantas y un tejido burdo de fique como un costal que formaba la envoltura exterior. En estas cuevas, por lo general, las momias estaban rodeadas por su ajuar conformado, generalmente, por varias vasijas. Los hombres estaban acompañados por poporos con cal para usar cuando mascaban las hojas de coca y por macanas para la cacería y, quizás, la guerra. Al parecer, los husos para hilar se encontraban junto a las mujeres. No notaron diferencias entre las envolturas utilizadas por los hombres y las mujeres.

Los primeros textiles y momias llegadas al Museo Casa de Bolívar eran, en su gran mayoría, donaciones de Martín Carvajal, Gustavo Ordóñez Cornejo y, principalmente, Mario Acevedo Díaz. Hace poco, en marzo de 1988, se descubrieron otras dos cuevas de gran importancia, las de El Conde y El Duende, en la vereda La Purnia, de la Mesa de los Santos. Gracias al buen oficio de Humberto Castellanos y de varias personas vinculadas al Museo, una buena parte de los textiles y otros artículos de ajuar también llegaron a formar parte de sus colecciones. Estos nuevos hallazgos son de enorme importancia por la gama de prendas que abarcan y por la altísima calidad de muchas de las mantas, de las cuales se encuentra una muestra representativa en esta exposición. La edad de las telas de Los Santos fue precisada por algunas fechas de carbono 14 reseñadas en el capítulo de Mario Acevedo Díaz. Estas fechas indican una tradición textil guane, con una marcada continuidad en técnica y diseño, durante un período de unos quinientos años, es decir, desde el siglo XI hasta el siglo XVI después de Cristo. Hasta ahora no hemos aprendido a distinguir las telas más recientes de las más antiguas. Tampoco se conocen, en el momento, textiles del período anterior o pre-guane.

FIBRAS, HILOS Y TINTAS

La fibra más utilizada entre los guanes era el algodón. Todas las mantas en las colecciones de los museos parecen haber sido elaboradas con este material; sin embargo, Martín Carvajal hace una referencia interesante a una manta que tenía en su colección particular que fue confeccionada utilizando una mezcla de algodón con fibras de lana del árbol de ceiba. De menor importancia era el fique, empleado para fabricar cabuyas y algunas mochilas.

Cabello humano. Un material que llama especialmente la atención es el cabello humano, empleado para elaborar algunos gorros, fabricados con la técnica de "red sin nudos" o anillado, empleada hoy en las conocidas mochilas de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. El uso de cabello humano plantea muchas preguntas interesantes —¿cabello de quién? ¿quién fabricaría el gorro? ¿por qué cabello?—. El uso del pelo largo, generalmente muy abundante y bien cuidado, ha sido tradicional entre los indígenas, hombres y mujeres. Entre los actuales indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, los hombres fabrican sus propios gorros. Tal vez podamos imaginar al futuro dueño del gorro guane, no sabemos si hombre o mujer, empleando la fuente de materia prima más cercana: cortando pequeñas cantidades de su propia cabellera a medida que las necesitaba. Por cierto, el cabello, siendo el material que la naturaleza nos dio, debe ser un material bastante cómodo y apropiado para un gorro: a la vez fresco y abrigado. Para un gorro se utilizó cuerda de dos cabos, cada una de las cuales está formada por 25 o 30 pelos; para fabricarlo se hubieran necesitado unos 132 metros de cuerda, así que si estos gorros fueron tejidos con cabello propio, no hubiera sido una prenda para reemplazar con frecuencia.

Fique. Conseguir el fique debió ser fácil puesto que en aquella época abundaría tanto en la región como hoy en día.

Algodón. Entre los vecinos muiscas, era un artículo de comercio de gran importancia y existen múltiples referencias, tanto en las obras de los primeros cronistas españoles como en los documentos de archivo, sobre el trueque de mantas por algodón en bruto. Generalmente, los indios de determinado lugar o cacicazgo de tierra fría iban a un lugar fijo en tierra templada, localizado hasta a dos ó tres días de viaje a pie; se acudía también a los mercados grandes de Tunja, Sogamoso y Duitama. Entre los guanes, cuyo territorio tenía una altura promedio menor, es probable que cada cacicazgo hubiera tenido sus propios cultivos de algodón.

Una vez cosechado el algodón, son varios los procesos a seguir antes de obtener el hilo. Primero, es necesario separar la semilla de la fibra que la envuelve. En Santander, hasta hace poco, esto se hacía colocando algunos copos encima de una piedra plana y presionando con una pequeña vara de madera de sección circular, utilizada en forma de rodillo. Entre muchos grupos indígenas actuales, este proceso se hace sacando la semilla con las manos; luego se disponen las fibras de tal manera que formen un pequeño "cojín" rectangular, para finalmente golpearlo con un palo hasta que las fibras individuales queden bien separadas y fáciles de hilar.

Hilos. Para el hilado se emplea un huso que consiste en una varilla de madera dura, preferentemente de palma, con un volante o disco —que puede ser fabricado en distintos materiales como madera, piedra, hueso, cerámica o hasta una fruta o una papa— colocado en su parte inferior. El volante da el peso necesario para hacer girar el huso. Entre los hallazgos en las cuevas de la Mesa de los Santos, se incluyen algunos volantes fabricados en piedra gris o negra con decoración incisa, los cuales, por su parecido con ejemplares muiscas, parecen haber sido importados desde el sur; seguramente merecían un aprecio especial no sólo por su decoración, sino también por su peso y su forma bien equilibrada.

Sosteniendo la masa de fibra preparada en una mano, con la otra se va sacando y estirando lentamente hasta formar un hilo todavía sin torcer. El otro extremo del hilo se fija al huso, que se hace girar como un trompo para torcerlo, enrollándolo luego sobre la varilla y repitiendo el proceso. Para hacer un hilo más resistente se pueden unir dos, retorciéndolos en el sentido opuesto al hilado original, logrando un hilo de dos cabos. La torsión del hilo puede ser en la dirección de las manecillas de un reloj o en el sentido contrario. (...)

Colorantes. Guanes y muiscas decoraron sus telas de dos maneras principales: tiñendo el hilo para poder tejer con hilos de diferentes colores y así formar diseños, o pintando directamente sobre la superficie de la tela. El teñido en pieza —sumergiendo todo el tejido, una vez terminado, en el color— no era usual. Con el paso del tiempo y las condiciones en las cuevas, los colores se han deteriorado hasta tal punto que en muchos casos es difícil determinar exactamente cuántos tonos se utilizaron en una tela determinada. Se han logrado distinguir alrededor de seis colores diferentes: blanco (el color natural del algodón), rojo (posiblemente más de un tono), negro, por lo menos dos tonos de marrón o café y, para las mantas pintadas, verde-azuloso.

Estudios de los colorantes indican el uso de tintas vegetales, a veces combinadas con taninos o con hierro, empleado como mordiente. Al parecer usaron, en algunos casos, una mezcla de dos o más plantas para lograr el tono deseado. No podemos precisar por el momento las especies utilizadas, aunque la información sobre las tintas empleadas en el área durante la época colonial nos proporciona algunos indicios. Para el rojo existían varias alternativas: el palo del brasil {Hematoxylon brasileño) que a principios de este siglo abundaba todavía a orillas del Chicamocha, la "bruja" (Rubia nítida), pariente americana de la famosa rubia europea, y un liquen, las "barbas de piedra" (Usnea barbota). Para el color naranja se usaba la cáscara del trompeto (Bocconia fmtescens). Pablo Pérez encuentra, en una visita del año 1602, un dato curioso sobre los muiscas que habitaron lugares como Chusvita en el cañón del río Chicamocha, en los límites septentrionales de su territorio. Según este documento, los indios de aquella época hacían "labranzas de 'ayales verde y colorado' conque se tiñen las mantas coloradas por ser tierra templada" ("hayo" era la palabra utilizada en la época colonial para coca). Una investigación en proceso, de gran interés, es el análisis emprendido por Beatriz Devia de los colorantes en las fibras arqueológicas.

Una dificultad que se encuentra es que una misma planta puede proporcionar colores muy distintos según la preparación de la tinta; por otro lado, la composición química de los colorantes en diferentes plantas puede resultar prácticamente idéntica. Según este estudio, los colorantes de color café utilizados en una manta de la Mesa de los Santos que pertenece hoy al Instituto Colombiano de Antropología, serían compatibles con el uso de la rubia (Rubia tinctorum) en conjunto con el dividive (Caesalpinia tinctoria) para proporcionar taninos; como la primera de estas plantas es del Viejo Mundo posiblemente utilizaron una de las especies relacionadas de aquí. El análisis de dos tintas cafés en otras mantas, revela colorantes de tipos presentes en la madera del árbol dinde (Chiorophora tinctorea) utilizado también con dividive; sin embargo no se ha encontrado, hasta ahora, evidencia del uso de dos colorantes muy importantes durante la época colonial: la cochinilla y el índigo. No se han analizado, hasta el momento, hilos negros, color que se puede lograr tiñendo primero con las hojas de la enredadera "chica" (Bignonia chica) y luego enterrando la madeja o, eventualmente, la pieza, en barro, sistema empleado para las conocidas esteras de palma fabricadas actualmente en el departamento del Cesar.